No es un trimestre ni un año. Es toda una Vida Inversora.
Los maestros de la inversión como Warren Buffett lo tienen grabado a sangre y fuego en su ADN: Invertir es como jugar a cualquier deporte centrándonos en el desarrollo del juego, mientras que hacerlo centrándonos en el marcador es pura especulación. Los partidos, los campeonatos y las glorias merecidísimas se las llevan quienes se concentran en el terreno de juego, en el desarrollo de una constante mejora de estrategia y habilidad competitiva a la hora de seleccionar empresas en las que invertir, y no en la especulación absurda de administrar un dígito reflejado en un luminoso, que por otra parte es tan volátil como nuestra propia incompetencia.
Buffet -como el resto de primeras espadas multimillonarias del mundo de la inversión- no se cansa de repetirlo una y otra vez, por activa y por pasiva, como en su última carta anual, donde además comenta sus escasas inversiones inmobiliarias realizadas a lo largo de su vida. Bueno, escasas si no tenemos en cuenta que todo inversor, cuando compra acciones de una empresa, a la vez está adquiriendo partes proporcionales de los activos inmobiliarios que ésta posee, claro.
Una de las frases que más me gustan de esta última carta anual de Buffett es la que dice así: «Si disfrutas de los fines de semana sin preocuparte de las cotizaciones de los Mercados, prueba a hacerlo también entre semana.» ¡Qué simple y a la vez qué efectivo! Todo empresario sabe bien que la evolución de los negocios maduros (salvo excepciones tecnológicas donde la obsolescencia de los productos y la competencia es vertiginosa) conlleva inercias positivas o negativas que no se pueden acotar en el corto plazo. Los negocios suelen variar poco trimestralmente a no ser que se encuentren en su fase inicial de creación. Porque en empresas maduras, de un trimestre a otro, los proveedores son los mismos, y las previsiones de ventas, costes y beneficios variarán poco. Para encontrar variaciones sustanciales en la marcha de esos negocios, debemos esperar no trimestres sino años. Sólo entonces podemos ver una evolución significativa en la marcha del negocio, que merezca una valoración distinta, a la alza o a la baja. Por eso es absurdo invertir en bolsa, en empresas maduras y estables -que son la mayor parte de las que cotizan-, tomando decisiones de compra o venta de acciones en periodos inferiores a años, tan sólo en función del precio al que cotizan.
Lamentablemente la mayoría de «inversores» que en realidad no son más que especuladores, entran y salen del Mercado comprando y vendiendo febrilmente acciones cuyos negocios siguen siendo los mismos durante esos cortos periodos de tiempo. Esos mal llamados inversores -que repetimos son la mayoría- juegan sus partidos centrándose en el marcador, y no en el desarrollo del juego dentro del campo. Porque centrarse en el desarrollo del juego, del partido, es centrarse en el desarrollo del negocio en el que estamos invirtiendo al comprar esas acciones. Y para conseguir tener en nuestra alineación a los mejores deportistas, debemos centrarnos sólo en la calidad de los negocios en los que invertimos, y haberlo hecho a precios bajos en comparación con su Valor.
Si hacemos esto de manera sistemática, no sólo ganaremos la mayoría de partidos, competiciones y títulos, sino que a la vez habremos disfrutado de la profesión, del deporte, o de la inversión, sin sufrir las angustias y disgustos que todo marcador puede dar temporalmente. Además, si no nos centramos en el buen juego, habilidad y estrategia, el marcador sólo nos será favorable pocos minutos, con lo que el sufrimiento y la angustia de la montaña rusa de rendimientos será la norma a lo largo de los años.
Para muestra, un botón. Esta misma semana tuvimos una reunión con un ex-alto directivo de banca, un senior que ya peinaba canas y con una vasta experiencia en el mundo de la inversión (sic). Nos contó que ahora había dejado ese sector para dedicarse a la consultoría empresarial. Y nos lo explicaba ilusionado, porque decía estar hastiado de los Mercados. «Ahora por fin he dejado las bolsas y me dedico a la economía real«, dijo. La frase no tiene desperdicio, puesto que refleja dos sentimientos muy reveladores: En primer lugar dice un «por fin» que denota que ha sufrido mientras «asesoraba» a sus Clientes. Y en segundo lugar, y en consonancia con lo primero, para él las bolsas no son economía real, economía de empresas, sino algo abstracto, etéreo, que nada tiene que ver con la economía real… ¡Menudo peligro ha tenido este hombre -como tantos otros banqueros a lo largo de todas sus carreras- si su visión de las bolsas, o sea la compra de acciones, es algo que nada tiene que ver con la marcha de los negocios y las economías en las que recomendaba invertir a sus Clientes! Y síntoma de su fracaso como especulador y/o pseudo-asesor de especuladores es el alivio que le supone dedicarse «por fin a la economía real», como consultor empresarial.
Este banquero, como tantos otros, se llevará a la tumba sus remordimientos y su íntimo reconocimiento de haber sido incapaz de asesorar adecuadamente a su Clientes. Aunque quizá se higienice la consciencia auto-convenciéndose de que los Mercados son así de crueles, y de que nadie podría haber hecho más para evitar los desastres que le han llevado al hastío de su profesión. De hecho seguro que conoce a infinidad de colegas con aún menos ética que lo han hecho peor, y que siguen perpetrando su asesoramiento sin ningún reparo, porque ni siquiera se sienten mal por ello.
En cualquier caso, todos ellos cometen el gravísimo error de saltar al campo pendientes exclusivamente del marcador, sin reparar en la alineación, la estrategia ni las habilidades de su equipo. Ignorando por completo el resto de factores que debe tener en cuenta todo Inversor que se precie, y que por otro lado son tan obvios ante el sentido común. Saltan al terreno de juego, un partido tras otro, sólo pendientes del timing y los caprichos de Mr. Market y del esquizofrénico negocio bancario.
Y es que la vida inversora va mucho más allá de un trimestre, un año o un trienio. La vida inversora es el periodo en el que vamos a tener la responsabilidad de gestionar nuestro patrimonio, hasta que pasemos el testigo a nuestros herederos. Habitualmente suele durar 3 o 4 décadas, ya que la mayoría de inversores que acumulan un mínimo patrimonio no lo suelen hacer hasta los 35 o 40 años, y suelen dejar de ocuparse de ello en la vejez. Por tanto echad cuentas y veréis que el tiempo más habitual y razonable que suele durar una vida inversora suele ser un mínimo 2 y un máximo de 5 décadas. Ahí es nada. Y lo más delicado es que sólo evitando errores graves durante todas esas décadas, conseguiremos un final exitoso y un camino cómodo y apacible, con bienestar y sin sobresaltos ni angustias patrimoniales.
Por eso es aún más importante si cabe evitar errores letales que conseguir una gestión óptima. Un sólo error grave, como por ejemplo caer en el engaño de las preferentes, invertir o hipotecarse en inmuebles en plena burbuja, emprender un negocio nefasto y no tener la agilidad/habilidad para corregirlo, o simplemente ser asesorados durante años por especuladores para los que invertir es mirar un marcador electrónico, va a condenarnos a una vida inversora fracasada. Y no creáis que una profesión brillante puede compensar esos errores, porque suelen llevarse por delante también todas las rentas laborales ganadas con el sudor diario de la frente, por sesuda que ésta sea. Por eso la mayoría de mortales se enfrentan a una vejez dependiente de un sistema de pensiones fallido y sin ninguna red patrimonial que evite la inseguridad financiera.
Ante esta perspectiva de vida inversora larga y trascendente, lógicamente los resultados a corto de una cartera de inversiones pierden importancia. Tanto si ganamos en el corto plazo como si perdemos, lo importante siempre será estar bien posicionados en el terreno de juego, con la mejor plantilla, estrategia y habilidades. Porque podemos ir temporalmente por detrás de otros en el marcador, que durante unos minutos pueden parecer favoritos al título a pesar de que sólo se fijen en el resultado, pero el tiempo les pondrá en su lugar. No lo dudéis, es una ley universal. La misma ley que ha puesto a los grandes inversores de este planeta a la cabeza de las mayores fortunas, a las cuales jamás les ha importado la cotización de sus inversiones a corto plazo, sino su Valor a lo largo de toda su Vida Inversora.