La Caixa y el Estado como ejemplos de desesperación.
Ya sé que no es una novedad, pero no me resisto a denunciar públicamente determinada publicidad que está inundando los medios últimamente, y que me resulta especialmente vomitiva, reprochable, inmoral, peligrosa, vil, infame y qué se yo cuantos adjetivos más podría encontrar. No sólo se trata de publicidad engañosa, como tantas otras, sino que ésta además falsea la cruda realidad y trabuca a los ahorradores en un tema tan delicado, tan sagrado como el dinero de sus Familias.
La publicidad engañosa que puede hacer comprar artículos innecesarios, convenciendo a los ingenuos compradores de que les solucionará la vida y les hará más felices, es reprobable. Y lo mismo podemos decir de aquella publicidad que simula que los productos que vende son de buena calidad, cuando la realidad es que se trata de artilugios tentemientrascobro, como los bautizaba mi abuela. En ambos casos la publicidad no generará más que beneficios para los vendedores y decepciones para los compradores que, después de deslumbrarse con esa publicidad engañosa, serán un poquito más pobres, un poquito más consumistas y quizá algunos un poquito más sabios. Pero difícilmente podrá arruinar su futuro y el de sus hijos el hecho de haber comprado un curso de inglés inútil, un audífono con interferencias, un electrodoméstico que se transforme en un estorbo a los pocos días, un viaje a un idílico destino que resulte ser de lo más vulgar o un producto lácteo que no regule convenientemente sus intestinos. Ni siquiera algo tan caro como comprarse un coche en cómodos plazos, que esté más tiempo en el taller que en la calle, pone realmente en peligro el futuro económico de esas Famílias y sus herederos. Por lo tanto, la publicidad engañosa es reprochable porque perjudica los intereses de los incautos compradores de esos productos y/o servicios negligentes, pero visto con perspectiva, difícilmente arruinará sus vidas ni mucho menos las de sus hijos.
Sin embargo, cuando no se trata de encasquetar perjuicios efímeros sino de vender sin piedad consecuencias muy negativas, que pueden afectar a medio y largo plazo de forma directa el bienestar de las Famílias, la cosa es ya mucho más grave. Si además dicha publicidad engañosa, falsa y repugnante, se realiza abusando de la confianza que los ciudadanos aún tienen (manda huevos) en instituciones tan antaño sagradas como el Estado o una gran entidad financiera española, sus efectos pueden ser letales y de muy largo alcance.
Ambos videos que os ponemos a continuación los habréis visto ya la mayoría de vosotros en las televisiones, y están cortados bajo el mismo patrón publicitrio: imágenes que generan confianza y textos escritos al pie de la pantalla para reforzar el mensaje.
En el primero veréis cómo la deuda pública española (sí esa misma que hace meses que se ve obligado a comprar a manos llenas y en la sombra el BCE porque nadie más la quiere) se publicita como una inversión segura, conocida, que genera felicidad y que va a hacer que los inversores sean un poco más ricos. Ahí es nada. Y ello al mismo tiempo en que la Autoridad Bancaria Europea (EBA) propone depreciar ya un 20% la deuda soberana española e italiana, a la vez que un 40-50% la griega, irlandesa y portuguesa. Posiblemente un mensaje parecido a esa campaña publicitaria debieron emitir hasta hace bien poco tiempo las campañas del Tesoro irlandés, luso y helénico. La consigna políticamente correcta es «hasta que la fiesta termine y la mentira se haga ya insostenible». Y poco importa que por el camino Familias enteras pierdan sus ahorros en inversiones que tienen muchísimo más riesgo que el que la publicidad asegura.
El segundo video emite la imagen de un padre velando por el descanso de su hijo en brazos. Una imagen tierna que emana seguridad y protección, y que el mensaje se encarga de trasladar a la relación paternalista e idílica que La Caixa asegura brindar a sus clientes. Nada más lejos de la realidad. Que se lo digan a los inversores en cédulas hipotecarias que esperan turno para recuperar su dinero (que hoy sería puro oxígeno para sus negocios y/o economías domésticas), a pesar de las promesas de liquidez inmediata que los empleados de la entidad les han hecho durante estos años. O que se lo pregunten a los promotores inmobiliarios que, cuando consiguen la gesta épica vender un piso, ven como La Caixa (y casi todas las demás entidades financieras) no sólo se niega a subrogar a los nuevos pardillos flamantes compradores la correspondiente hipoteca ya concedida a la promotora, sino que además les trata de vender uno de sus propios pisos, quedándoles a los promotores cara de tontos no, lo siguiente. Eso les ocurre a los promotores que han sido y son solventes, a la vez que excelentes clientes de la entidad, y precisamente por eso La Caixa «paternalista» prefiere que la hipoteca se la deba su «hijito» solvente antes que una pareja de desconocidos, que hoy en día nos son más que potenciales morosos. Y la entidad seguirá encadenando a perpetuidad y chupando la sangre de sus mejores clientes hasta que los corazones de sus balances dejen de latir.
Entonces no tendrá más remedio que buscar sangre fresca ayudándose de campañas publicitarias aún más agresivas, vendiendo todo tipo de inversiones de dudosa solvencia disfrazadas de paradigmas de la seguridad más paternalista. Y es que quizá lo de «estar a tu lado» quiera decir en realidad «parasitar».
Parece que todo vale para sobrevivir. Pero, cuando menos, son denunciables las malas artes que utilizan los sentimientos más sagrados. Sobre todo cuando se toca la fibra más íntima para vender unas inversiones que pueden arruinar las vidas de los ahorradores y sus herederos. Alguien les debería recordar que no están mercadeando con cursos de inglés imposible, viajes a hoteles de categoría inferior a la prometida o aspiradoras que sólo hacen ruido. Están jugando con el bienestar futuro de los ciudadanos y sus herederos. Y cuando lo que está en juego es algo más que un servicio o artículo de consumo, la exigencia de la veracidad de lo que se publicita debería ser extrema. Con las cosas de comer no se juega, pero parece que hoy la situación de bancos y Estados es ya tan desesperada en este país que la ética ha desaparecido de nuestra sociedad, del gobierno y de los reguladores. Estamos en un campo de minas, y además algunos hijos de su madre empiezan a dar empujones a los que tienen más cerca para sobrevivir. Será cuestión de alejarse todo lo posible de ellos, aunque esta obviedad sea descabellada aún para muchos.