España, S.A.
Es curioso ver como en la periferia europea aún se tiene la convicción de que nuestros Estados mantienen su condición de ente público. De países soberanos con poder de decisión sobre todos sus atributos estatales, como cualquier nación del mundo mundial. Por ejemplo que, como Estado independiente que somos, seguimos decidiendo nuestro gobierno económico, fiscal, monetario, y de políticas laborales, sociales y económicas en general. Que somos y seremos países soberanos, pase lo que pase con nuestras economías. Más pobres o más ricos, más repúblicas bananeras o países prósperos aspirantes al G20 (sic), pero siempre dueños de nuestro destino. Nos equivocamos.
Hoy los Estados periféricos son más bien entes privados que deben gestionarse como corporaciones, y que por tanto pueden ser viables o inviables. ¿Y a qué se debe este cambio? ¿Cómo hemos perdido esta condición de ente público soberano? Pues esencialmente en el momento en que decidimos ceder nuestra soberanía monetaria a la UE. A partir de ahí, cedimos nuestra capacidad de emitir moneda, y con ella también la capacidad de decidir el precio del dinero. Y las consecuencias de aquella concesión no las supimos calibrar, ni nosotros ni el resto de europeos en aquel momento de euforia europeísta promovida por el eje Kohl-Mitterrand.
Al no poder fabricar dinero ni ponerle precio, nuestros recursos son tan finitos como los de cualquier compañía multinacional. Dependemos de que nuestro balance sea viable contablemente. De que los bancos e inversores internacionales nos quieran prestar dinero o no. Y de conseguirlo, deberemos pagar el precio que nos pidan por dicha financiación, como todo hijo de vecino empresarial sin impresora de billetes que nos saque de apuros. Nuestros ingresos son finitos, puesto que sólo podremos conseguir lo que los contribuyentes sean capaces de pagar. Y eso incluye una explotación racional y sostenible de esos contribuyentes, como si de cualquier otra explotación agrícola, piscícola o ganadera se tratase. Como Estado, los gobiernos deben ser capaces de engordar y cuidar a los contribuyentes (crecimiento de la economía) para que se puedan seguir ordeñando o cosechando de manera permanente y creciente. Porque en la periferia de la Eurozona ya no vale cubrir con dinero recién imprimido las miserias de nuestros balances, chutando la lata de la inflación y la devaluación de la peseta, como se hacía tan sólo media generación atrás.
Algunos aún no se han concienciado de que ya no podemos fabricar dinero para conseguir cuadrar el presupuesto público. Lo debemos cuadrar con ingresos o con ingresos+deuda. Nada más. Por eso hace ya un par de años advertimos que la deuda soberana española (y demás periféricas) era más deuda que las otras deudas soberanas, porque se había convertido de la noche a la mañana en deuda corporativa. Una deuda que a vencimiento debe tener forzosamente la capacidad de repagar intereses y principal, o refinanciarse a Mercado, para poder evitar el default, como le sucede a cualquier emisor corporativo privado.
Por eso España ya no es ni Estado ni soberano, sino una corporación. Como si de cualquier multinacional con pies de barro y en apuros se tratase. No somos nosotros quienes decidimos cuánta moneda fabricar, ni su precio. Ni siquiera decidimos sin el consentimiento y complicidad de la Europa del norte y/o del BCE cuánta deuda emitimos el próximo trimestre. Sencillamente porque si emitimos por libre, sin pactarlo con papá Draghi y mamá Merkel, nadie nos la comprará. Y si nadie nos la compra, no podremos fabricar más Euros para evitar la quiebra. Como corporación estamos pues en manos de un ente público supranacional (Eurogrupo/Comisión Europea), con un banco central (BCE) que a su vez está también condicionado por Mr. Market. Y dentro de esa estructura pública paneuropea, no somos más que una compañía en apuros, una submarca en un holding que debería ser solvente por sí misma pero que está muy lejos de conseguirlo. Porque lo sucedido en Chipre dejó bien claro que nadie está dispuesto a subvencionar (rescatar) por más tiempo a países sin divisa ni política monetaria propia. Y eso hace que de repente pasemos de ser un Estado público a una corporación privada que debe cuadrar sus cuentas y tratar de evitar a la desesperada el concurso de acreedores. Como dijimos ya en el año 2009: «Si pensamos en la supervivencia de la UE como proyecto político y económico, es decir si pensamos en clave de holding o grupo empresarial sostenible y competente, la amputación de las marcas PIIGS es ineludible«.
Para aplazar lo inevitable tenemos, eso sí, la complicidad del BCE, que riega de liquidez infinita a nuestros bancos -y por lo tanto a nuestro Estado- para no tener que reestructurar una deuda soberana impagable, cuyos intereses nos ponen la pierna encima evitando que jamás podamos levantar cabeza. Esa barra libre también mantiene en pie a algunas nuestras grandes corporaciones que, a pesar de ser insolventes, aparentan seguir respirando para evitar que su colapso arrastren a otras menos muertas.
Que risa, por no decir otra cosa, dan aquellos que aún aseguran que el problema de la banca, el Estado o determinadas empresas zombies es de liquidez y no de solvencia. Y es que la insolvencia sólo acaba en quiebra si la liquidez que se le suministra es finita. O sea que con liquidez infinita, como la que está suministrando por ahora el BCE, la insolvencia no quiebra nunca. Y ahí siguen, caminando por el cable de acero, millones de inversores funambulistas que ignoran la fragilidad del equilibrio del que se están aprovechando. Porque dentro de sus fondos de inversión y productos garantizados, rebosan millones y millones de deuda pública (sic) periférica que depende de que la barra libre siga hasta el infinito y más allá. La deuda griega ya cayó al vacío, y pronto puede ocurrir lo mismo con el resto de deuda periférica.
¿Podemos mantener a nuestro Estado con respiración artificial durante años? Quizá durante un tiempo, pero al final de la corrida los presidentes de los países que deciden el final o la continuación de la barra libre cambiarán. Y llegarán otros que no podrán seguir fingiendo por más tiempo la sostenibilidad de la Eurozona, al menos tal y como la conocemos hoy. La situación de España S.A., antaño Reino de España, es y será concursal se mire por donde se mire. No olvidemos que nuestra país empresa tiene un balance manifiestamente insolvente, y quien nos financia ya no es la vieja impresora de billetes verdes de 1.000 pesetas. ¿Que por qué no podemos reconducir nuestra empresa para conseguir que abandone las pérdidas y empiece a ser rentable y solvente? Pues porque para ello deberíamos poner a empresarios al frente de la dirección de España S.A., y no a funcionarios sólo aptos para manejar los hilos del extinto Reino de España, con su maquinita de imprimir pesetas a mano y bien engrasada.
P.D. Para los más optimistas, ingenuos y demás eurofílicos, os dejo este artículo en el que 5 premios Nobel (Mirrlees, Krugman, Stiglitz, Pissarides y Sargent) abogan por la salida de España del Euro.