Dolce far niente, lucro cesante.
Ahora centrémonos en el sol, la playa y las cremas solares sobre bronceadas espaldas. La democracia playera mezcla en el mismo escenario a ricos y pobres, gordos y flacos, guapas y feos… Y también a inversores ganadores, perdedores e incluso a los que jamás han arriesgado su dinero más allá de su conservador plan de pensiones que invierte indolentemente en RV emergente. La desnudez playera nos puede brindar la ocasión de tender nuestra toalla junto al resort todo incluido de un ejecutivo de una empresa cuyas acciones ha comprado el fondo de inversión donde hemos depositado nuestros ahorros. Quizás compartamos mesa en la Cena de Gala del Capitán, durante un crucero por el Mediterráneo, con un banquero/pescadero que disfruta de su incentivo por haber conseguido la cifra exigida de explotación por cliente. Y también es posible que alguien coincida, durante una visita guiada, con su gestor de cartera saliendo de una de las suites del hotel Burj Al Arab de Dubai.
La grandeza del verano es que podemos disfrutar de nuestras vacaciones anónimamente junto a otros damnificados por la crisis; en hamacas contiguas con quien se ha forrado comprando futuros de petróleo; o michelín frente a michelín de corresponsables de nuestras carnicerías patrimoniales. Pero mejor no pensar en ello, olvidémonos de la condición inversora y financiera de los veraneantes de nuestro alrededor y de la nuestra propia. Que cada mástil aguante su vela y disfrutemos del surf sin importarnos quien sujeta la tabla de al lado.
Los que velamos para que no cese el lucro seguiremos escribiendo y surfeando entre el oleaje de las crisis, esperando «the big one» y vigilando para que nadie se ahogue o se queme. Va con el sueldo.