La Orquesta del Titanic por fin dejó de tocar.
Muchos opinamos que tan sólo vemos la punta del iceberg en cuanto a crisis social y cifras macroeconómicas. Pero es muy esperanzador el hecho de que ya todos somos muy conscientes de que hemos chocado contra una enorme masa de hielo y que la proa de nuestro Titanic tiene una vía de agua irreversible. Ya nadie sigue bailando elegantemente al son de la orquesta en primera clase como aún hacían la mayoría el pasado verano. No hay nada peor para afrontar una crisis que ignorarla.
Cuanto más se dilate y difumine en el tiempo una catástrofe, mayor poder de reacción habrá. Si el Titanic se hunde muy despacio, el preceso de evacuación y posterior resacte se efectuará con más garantías de éxito y los daños se podrán paliar en mayor medida. Es cierto que la crisis energética supone un oleaje que dificulta el protocolo de emergencia, a la vez que acelera el hundimiento. Pero por fin la orquesta dejó de tocar y se ha puesto manos a la obra para ayudar en la evacuación y rescate. Y eso beneficia a la actitud y predisposición del resto del pasaje ante las crisis. Que la música siga sonando y que la tripulación (política y económica) nos hable de simple desaceleración, no sólo no soluciona nada sino que nos hace mucho más vulnerables ante el naufragio.
Qué lejos queda en la memoria el día en que zarpamos en este lujoso viaje inaugural. Y qué temerarios fueron los comentarios del capitán, Edward John Smith: «No puedo concebir que algo pueda hundir a los barcos de hoy, la construcción moderna va mucho más allá que esto». O los del presidente de la compañía, J. Bruce Ismay que viajaba a bordo y se negó a reducir la velocidad para hacer la travesía en tiempo récord. Fueron tan temerarios como lo hemos sido nosotros abusando de un precio del dinero exageradamente barato para hipotecar nuestras vidas y vivir a crédito en una primera clase con Orquesta incluída. Una Orquesta que ya dejó de tocar.
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No debemos ver los botes salvavidas como un shock traumático de lo que añoradamente dejamos atrás, sino como una ocasión excepcional de aprender de nuestros errores y prepotencias. Siendo, a la vez, el principio de una nueva navegación rumbo a un mundo lleno de oportunidades, aunque de momento con estrecheces y sin música.