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Allá donde la sabiduría es un deber, la ignorancia es un crimen.

Muchos empleados de banca asean sus consciencias de lo ocurrido con las preferentes y demás productos tóxicos, proclamando su ignorancia respecto a los peligros intrínsecos que conllevaban esas inversiones que colocaron a diestro y siniestro. También muchos se escudan diciendo que la responsabilidad era de sus jefes, y que ellos eran sólo unos mandados que cumplían órdenes de vender indiscriminadamente productos cuyos riesgos se ocultaron o se ignoraban. Y la excusa de la ignorancia de los riesgos que esos productos tenían, la esgrimen en mayor o menor medida en toda la escala jerárquica de la banca, desde el gestor de banca privada hasta el empleado de banca comercial, pasando por el director de oficina. Pero ni la jerarquía en la responsabilidad ni la ignorancia eximen de culpa a ninguno de ellos, como veremos más adelante.

La cruda y triste realidad es que esa venta sistemática e indiscriminada de productos que generaron jugosos beneficios para los bancos, se colocaron en su inmensa mayoría mediante el abuso de la confianza que los clientes tenían depositada en esos empleados de banca. Profesionales (sic) a quienes consideraban expertos, Asesores en mayúsculas que velaban por la idoneidad de las inversiones que recomendaban a sus clientes. Incluso algunos ahorradores les consideraban hasta «amigos».

Un abuso de confianza de libro. No importa que el empleado fuera o no consciente de los riesgos de la inversión que sus superiores le habían ordenado vender. Porque la obligación de todos y cada uno de los empleados de banca, y muy especialmente de los que tratan directamente con los clientes, es la de ser competentes en su trabajo, puesto que sus clientes les confían nada menos que su futuro. Y otra obligación ineludible que tienen es la de no abusar de la posición privilegiada que le dan sus presumibles conocimientos técnicos. Unos conocimientos que le sitúan muy por encima de los simples ahorradores que se sientan delante suyo, y a los que debe asesorar. Porque el servicio que publicita la banca es el de «asesoramiento», y así lo ven la mayoría de clientes que aún no son conscientes de haber sido engañados. No hay más que ver las campañas publicitarias del sector, en los que vemos metáforas y mensajes pseudo-subliminales de paternalismo, protección, ayuda, confianza, credibilidad y, en definitiva, Asesoramiento en mayúsculas.

Pero no debemos olvidar que los bancos no ofrecen un simple corte de pelo, ni pretenden vendernos una tarifa plana de telefonía ni una pulsera contra el reuma, no. La banca quiere nada menos que depositemos nuestro dinero, y por tanto nuestro futuro, en sus manos. Nada menos que confiarles el fruto del esfuerzo de toda nuestra vida, el bienestar de nuestra vejez y el futuro de nuestros hijos. Y la codicia y la ignorancia de esos vendedores no nos supone simplemente tener que comprar otro aspirador o artefacto defectuoso de la Teletienda, donde la publicidad engañosa nos cuela gato por liebre, no. Las consecuencias del fraude en el asesoramiento bancario son gravísimas y afectarán de por vida al bienestar de nuestra Familia. Con las cosas de comer no se juega. Por eso no sólo no sirven ahora las excusas de «hice lo que me mandaron» o «no sabía lo que vendía», sino que resultan excusas especialmente vomitivas. Y más aún cuando los gobiernos han decidido que encima rescatemos a esas entidades con el dinero de todos los contribuyentes, seamos o no clientes de esos trileros quebrados y sin escrúpulos.

Uno de los padres de la patria de los EE.UU., el intelectual y escritor Thomas Pine ya lo dijo de manera diáfana: «Where knowledge is a duty, ignorance is a crime.» Allá donde la sabiduría es un deber, la ignorancia es un crimen. Y al asesor financiero, como por ejemplo al médico, al policía, al juez o al piloto de avión, se le debe exigir el perfecto conocimiento de su oficio y una honestidad exquisita. De lo contrario las consecuencias van muchísimo más allá de las de un mero vendedor simpático de Teletienda. Probablemente el problema radique en la incompatibilidad del oficio de Asesor financiero con el de empleado de banca, al menos tal y como están actualmente estructurados los bancos. Y los ahorradores harían bien en distinguir unos de otros, como cualquier enfermo debe distinguir a un médico de un mero vendedor codicioso de productos farmacéuticos, aunque éste vaya disfrazado con bata blanca impoluta y estetoscopio deslumbrante.

 

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